Mi ruta salvaje llega hasta el centro del misterio, atraviesa el huracán y las tormentas para, finalmente, alcanzar el sosegado corazón de mi alma.
Nathan Hope

jueves, 6 de octubre de 2011

Alumnos aventajados


Muy a mi pesar, he de reconocer que esta foto no es mía.
De vez en cuando algún amigo (amiga en este caso) me dice:
-“¿No me darías unas clases para ver cómo funciona mi cámara?”
Yo casi siempre accedo. Sólo digo no cuando estoy a punto de entrar en quirófano para ser operado a corazón abierto.
Y me encuentro con que hay personas con el talento que a uno le costó cultivar durante más de veinte años.
A mi esta fotografía me parece sublime.
¿Nos podrías explicar cómo la hiciste, apreciada Nuria?
O casi mejor; ¿podrías iniciar un curso de fotografía digital on-line para ineptos como yo?
Gracias.
Buenos días.

3 comentarios:

  1. Es evidente.
    Primero preparó el ambiente. Música relajada, luz tenue, agradable temperatura, algo de beber y conversación mosquil susurrada al oido.
    Después sólo colocar la cámara delante y click, click.
    Sin ambiente, no hay erotismo (ni con moscas)
    vi100

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  2. A veces las cosas no son lo que parecen. Todo es mucho más simple, o quizá, mucho más complejo. Se trata de estar en el momento justo y en el lugar adecuado y, eso sí, estar siempre atento y dispuesto a emplear tu tiempo en atrapar un instante sublime. Ese es para mí el sencillo secreto de lo que para alguien es una sublime fotografía.
    Y en cuanto a la reconstrucción de los hechos, pues nada que ver con el sugerente y poético comentario acerca del ambiente. Será porque a mí esas estrategias no me funcionan, y a las salvajes moscas que habitan mi terraza parece ser que ni falta que les hace. Tórrida mañana del 23 de Agosto. Cuelga de una cuerda de tender (ya veis, poesía pura) la ropa que he lavado la noche anterior y que me dispongo a recoger y meter en una mochila para largarme un par de días a Altea. Y allí, entre la parte de arriba y la de abajo de un biquini morado, me encuentro el regalo. Había fotografiado libélulas, lagartos y palometas … pero nunca pensé que tendría la oportunidad de fotografiar a dos moscas en pleno encuentro sexual. Y dos moscas tan elegantes y estilizadas, con esos flequillos, con esas posturas y con esos respingos. Lo primero que hago es permanecer inmóvil para que no se vayan, y allí siguen, con su fornicio suave y acompasado, ajenas a mi mirada y deslizándose, casi reptando, por el hilo de tender. Conseguido el primer objetivo, contemplar, no sin cierta envidia, aquel prodigio y disfrutar de esa sobredosis de belleza y sensualidad, llegaba la hora de ir a por el segundo. Captar esa imagen para poder compartirla, integrarla en la decoración de mi casa y deleitarme con ella el resto de mis días. Necesitaba que permanecieran allí, pero no podía hacer nada. Tenía a mano la Blackberry, pero no. Aquellos seres bellos y valientes no merecían ser retratados por un smartphone. Un teléfono inteligente (contradicción donde las haya), no podía ser la herramienta. Hay momentos lugares y situaciones en las que la inteligencia y la razón solo estorban.
    Mi cámara duerme en la misma habitación que yo, bastante lejos del lugar de los hechos, y no es la primera vez que tengo que hablarle a alguno de los seres vivos que habita mi terraza y que pretendo retratar para que aguarde mi regreso. Y esta vez pacté con ellas como hace unos meses hiciera con uno de mis lagartos favoritos, el pequeño Alangüats. Me acerqué lentamente al macho y despacio, pero procurando que también la hembra me escuchara, les dije: “Si me esperáis, dentro de poco tendréis una entrada para vosotras solas en el blog de un gran fotógrafo”. Y allí seguían cuando volví. Comencé a buscar la foto, pero no me gustaba lo que veía. Edificios, antenas, ladrillos y ropa tendida estropeaban la visión. Así que esperé a que avanzaran lo suficiente para que el único escenario de ese amor insecticida fuera el cielo. Y como el hilo sobre el que se deslizaban y se restregaban estaba demasiado alto, y yo no estaba a su altura, ni real ni metafóricamente, hice lo único que podía hacer. Subirme a una silla y seguir esperando. Y cuando lo que vi me gustó, disparé. Nada más. Salté de la silla, me tropecé al entrar, seguramente grité, llamé a Jordi para contárselo, y seguramente también grité, descolgué el resto de la ropa, hice la mochila, bajé al perro, fui a comprar una botellita pequeña de gel-champú de Deliplus para viaje, me tomé un café, me fumé un cigarro … y allí seguían las moscas. Habían llegado al final del hilo, pero todavía no se habían separado.
    Creo que no me esperaron. Creo que no me escucharon. Creo que ni repararon en mí. Simplemente estas benditas criaturas, estos animales sabios por lo irracionales, estaban donde querían estar. Se movían. Pero no se separaban. Solo les importaba lo que sucedía en aquel instante, en aquel hilo, porque para ellas no existía nada más. Ni pasado que evocar, ni futuro que temer.
    Una moscarda vino ayer a mi terraza y me miró. Creo que pretendía contarme cómo había acabado aquel amor de verano. Pero yo no me atreví a preguntar.

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  3. Increible relato Nuria, me has dejado perplejo, aunque si bien lo pienso y conocciendote, no se porque me extraño de la forma que tienes de contar algo asi, que al mismo tiempo de absurdo, es simplemente maravilloso...(dos moscas copulando...ya ves) y como no,las perlas que dejas en este relato lleno de metáforas. Enhorabuena Nuria.

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