Mi ruta salvaje llega hasta el centro del misterio, atraviesa el huracán y las tormentas para, finalmente, alcanzar el sosegado corazón de mi alma.
Nathan Hope

viernes, 29 de junio de 2012

Arde el cielo



He tardado un buen rato en percibir la cualidad dorada que alumbraba el día de hoy. Los fotógrafos nos jactamos de tener vista de lince para distinguir los matices de nuestro elemento natural, la luz. Empiezo a perder capacidades o he de visitar al oculista.
Como hace un tiempo decidí quitarme de mi adicción a las noticias para que la prima de riesgo no acabara conmigo, no me he enterado del gran incendio que asola las montañas cercanas a mi ciudad. Parece que cuando llega el verano nos acostumbramos a estas catástrofes como algo natural, pero a mi me sigue doliendo el alma cada vez que suceden. La magnitud de las llamas y el humo son de tal calibre que han tintado el cielo de un tono pardo que incluso se cuela en nuestros hogares dotando a estos de un color apocalíptico. Como colofón y recordatorio macabro, la ceniza de los árboles quemados llueve sobre nuestras cabezas y siembra nuestras terrazas de briznas estériles.

domingo, 24 de junio de 2012

Bika y la hermana Pilar


Cuando viajo por el mundo mis habitaciones suelen ser austeras, monacales, espartanas. Lo primero que hago es arrancar alguna flor del lugar y colocarla en el habitáculo que me albergará las siguientes semanas. Supongo que es por añadir algo de luz a las sombras con las que tendré que convivir. De los lugares que he conocido estos últimos años, el más oscuro y violento ha sido Kinshasa, capital de la República Democrática del Congo (lo de Democrática es un eufemismo) y paradójicamente mi habitación no fue de las peores que he conocido. Aun así cumplí el ritual y coloqué esta pequeña flor en el grifo de la ducha (otro eufemismo, ya que aquello era un riego por goteo más que una ducha). Allí traté de mantener limpio mi cuerpo todos los días. Un día el padre Antonio nos compró bika en un puesto ambulante. La bika es un alimento consistente en pescado secado al sol, desmigajado y envuelto en hoja de parra. Es muy sabroso pero mi compañero periodista siempre que comemos algo en nuestros viajes me hace la siguiente pregunta: “¿Tú crees que esto en España pasaría una inspección del Ministerio de Sanidad?”. Si siempre respondiéramos que no, moriríamos de inanición. Nos comimos la bika y bebimos cerveza del lugar. Durante veinticuatro horas estuve vomitando y defecando. Algunas ocasiones mi cuerpo compaginaba armoniosamente ambas actividades, convirtiéndome en una fuente de dos chorros. Como el aviso corporal era inmediato, no me daba tiempo a llegar a la taza del váter, que se encontraba fuera de mi habitación a unos cien metros, por lo que decidí convertir la ducha en receptáculo de mis deshechos corporales. Aquella habitación olía a fosa común y yo iba comprobando como, paralelamente a mi deterioro, la flor que había colocado en el grifo de la ducha se iba marchitando. Junto con aquellos estertores fecales, la piel se me llenó de llagas que escocían como si un ejército de hormigas me mordiera desde el interior y el cuerpo se me hinchó como un embutido de Burgos. Y es en este punto donde debo hablar de la monja que me salvó la vida. La hermana Pilar, al ver mi hinchazón, se asustó de tal manera que fue inmediatamente a buscar una pastilla de cortisona para bajar la inflamación. A usted, querido lector, puede no parecerle una hazaña traer una pastilla de cortisona a un enfermo, pero le puedo asegurar, querido lector, que conseguir una pastilla de cortisona en Kinshasa es como encontrar una aguja en un pajar. No sé las horas que tardó en volver la hermana Pilar con aquel fármaco ni sé los kilómetros que tuvo que recorrer a pie por unos caminos fangosos, pero aseguro que su entrada en mi habitación puede ser lo más parecido a lo que debió sentir la Virgen María cuando se le apareció el Arcángel Gabriel. Tarde unas tres horas más en encontrarme bien y poder caminar más de cuatro pasos seguidos (que eran los que separaban mi cama de la ducha). Sí; Congo resultó un viaje duro, no tan sólo por esta experiencia sino por todas las entrevistas a mujeres violadas, quemadas, viudas o amputadas que tuvimos que realizar. Aun así, si me dijeran que esta tarde debía coger un vuelo que me llevara hasta allí, volvería sin dudarlo.

domingo, 17 de junio de 2012

El cambio constante


Hay ciertas mentiras históricas como la siguiente: “Grecia es la cuna de la civilización”. Con esta mentira, o al menos media verdad, hemos crecido y siguen creciendo generaciones enteras de estudiantes. Puede que en Grecia naciera nuestra civilización, pero nadie hoy en día puede negar que antes de de la civilización griega existieran otras de igual o mayor relevancia. Pongamos un  ejemplo clásico; la civilización china. Pero parece ser que la prepotencia y el “ombliguismo” europeo tiende a ningunear todo aquello que sucede fuera de unas fronteras que son, cuanto menos, difusas (o que alguien me explique porqué participa Israel en el festival de eurovisión).
Hoy hay elecciones generales en el país heleno y a todo el “viejo continente” le tiemblan sus carnes flácidas porque, al parecer, si triunfa la izquierda en el país donde nació la cultura que finalmente nos ha traído hasta esta agónica sociedad, Europa desaparecerá. Es paradójico que el lugar donde se instauraron las bases culturales de todo un continente pueda ser la llave que cierre la puerta de esta supuesta “casa común” (que para mi ni es casa ni es común). El entramado me parece tan complejo que no seré yo el que se ponga a desmenuzar los motivos que nos han llevado hasta esta cloaca donde siguen gobernando una minoría de ciudadanos oropeleros, mientras el resto hace malabarismos de economía doméstica para llegar a fin de mes. Me resulta repugnante cómo los medios de comunicación ejercen una presión constante sobre la población para asustarla ante la posible llegada al gobierno de la izquierda. Supongamos que sea cierto que la izquierda griega desee salirse del euro (axioma por demostrar), supongamos también que ello suponga un cataclismo mayor que el que ya padece la población griega; ¿acaso en democracia no existe el derecho a la equivocación?, ¿es justo y democrático el voto del miedo?
Dicen que  si sale Grecia del euro, detrás irán Portugal, Irlanda y España. ¿A quién, si no a los adoradores de este vellocino dorado que es el capitalismo, le puede importar que esto suceda?, ¿a quién, si no a los tahúres bursátiles o a los trileros bancarios?
Cuando estudiaba en la facultad nos explicaron las diferencias existentes entre dos destacados filósofos presocráticos, Parménides y Heráclito. El primero defendía la inmutabilidad de la vida, mientras el segundo era defensor del cambio constante (“nunca nos bañamos en el mismo río”). Yo siempre milité en las filas de los heraclitianos y sigo haciéndolo. Todo cambia constante y necesariamente, por mucho que unos pocos agoreros digan que el cambio nos lleva a la perdición. Cambiemos y alegrémonos del cambio porque, aun sin alegría, el cambio se producirá.
Hoy mi corazón está con el pueblo griego. Que sean y sobre todo se sientan libres a la hora de votar, que rechacen el miedo y defiendan la vida, su vida, la que ellos quieran vivir y si se equivocan, bienvenida sea la equivocación. La equivocación  es tan patrimonio de la humanidad como el Partenón.

miércoles, 13 de junio de 2012

Noches de verano


Las noches de verano son las mejores para recorrer la ciudad en bicicleta. Y al que tiene un blog le aconsejo llevar siempre una pequeña cámara encima. Nunca sabes cuándo te va a sorprender una primera estrella que te dé la excusa perfecta para escribir una entrada tan banal como ésta.

miércoles, 6 de junio de 2012

El trueque

Mi amigo Leo, argentino de los que nunca pierden ese cautivador acento tierno y canallesco, vino a tomar un té y conversamos sobre la vida, la muerte y el surf. Son tres temas que combinan bien aunque alguno de ellos parezca fuera de lugar junto a los otros dos (a la muerte me refiero). Además de conversar también aproveché para hacerle unas fotografías. Leo es actor y necesita fotografías. Si Leo fuera perito agrónomo no necesitaría fotografías, pero Leo es actor. Ayer vino a recoger el resultado definitivo de esas fotografías y, ya que habíamos llegado al acuerdo de no cobrarle nada, me trajo un regalo en forma de auténtico cuchillo gaucho. A mi me parece que ese cuchillo vale más de lo que jamás hubiera podido cobrarle por una sesión de fotos, no tan sólo porque me parece bellísimo, sino por el hecho de que un amigo recuerde lo que al otro le gusta. Y a mi me encantan los cuchillos, los machetes y las navajas. Gracias Leo por los buenos ratos, por el té, la vida, la muerte, el surf y los cuchillos.