Mi ruta salvaje llega hasta el centro del misterio, atraviesa el huracán y las tormentas para, finalmente, alcanzar el sosegado corazón de mi alma.
Nathan Hope

viernes, 29 de junio de 2012

Arde el cielo



He tardado un buen rato en percibir la cualidad dorada que alumbraba el día de hoy. Los fotógrafos nos jactamos de tener vista de lince para distinguir los matices de nuestro elemento natural, la luz. Empiezo a perder capacidades o he de visitar al oculista.
Como hace un tiempo decidí quitarme de mi adicción a las noticias para que la prima de riesgo no acabara conmigo, no me he enterado del gran incendio que asola las montañas cercanas a mi ciudad. Parece que cuando llega el verano nos acostumbramos a estas catástrofes como algo natural, pero a mi me sigue doliendo el alma cada vez que suceden. La magnitud de las llamas y el humo son de tal calibre que han tintado el cielo de un tono pardo que incluso se cuela en nuestros hogares dotando a estos de un color apocalíptico. Como colofón y recordatorio macabro, la ceniza de los árboles quemados llueve sobre nuestras cabezas y siembra nuestras terrazas de briznas estériles.

2 comentarios:

  1. Menudo desastre :-(

    Yo me quedé alucinado al levantarme y ver la luz que entraba por el ventanal del comedor.

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  2. Es desolador, Dani. Aunque hay que reconocer que la luz tenía una calidad muy especial. Un abrazo.

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