Mi ruta salvaje llega hasta el centro del misterio, atraviesa el huracán y las tormentas para, finalmente, alcanzar el sosegado corazón de mi alma.
Nathan Hope

martes, 14 de marzo de 2017

Leo


Leo nació en Argentina pero lleva tanto tiempo en España que sus amigos, cuando hablan con él por teléfono, le dicen que tiene acento español. Sin embargo los españoles, cuando lo escuchamos, ubicamos rápidamente su procedencia.
Leo sigue preparando asado con cuero los domingos en familia, bebe mate a diario, adora el tango y le sigue costando pronunciar la palabra ascensor. Así pues, Leo nada entre dos mares diferentes, o más bien entre dos costas de un mismo océano.

Leo es actor, un actor magnífico, generoso y trabajador hasta unos límites envidiables. Yo jamás tendré su capacidad de trabajo.
Lo conocí al poco de llegar a España, cuando se inscribió en una pequeña escuela para la que yo hacía la cartelería, y nada más verlo en el escenario supe que llegaría lejos, aunque ¿qué es llegar lejos? Eso lo dejaremos para otro debate.

Leo es tímido y reservado en la vida “real” pero despliega un desparpajo sobre el escenario que sorprende al que lo conoce fuera de él. Es versátil, disciplinado, ordenado y autoexigente hasta límites, a veces, exasperantes. Pero por encima de todo Leo es mi amigo, mi hermano pequeño, y tiene un talento que ahora, tras muchos años, empieza a vislumbrar (eso sí, dentro de los límites que le permite su humildad).

Hemos desarrollado muchos proyectos juntos. Algunos han cuajado, otros no. No importa. Lo mejor es que nos sigue gustando sentarnos a divagar sobre posibles ideas, sobre posibles textos, sobre posibles personajes.

Ayer Leo fue nominado como mejor actor por la Asociación de Actores de Valencia y yo me siento feliz y orgulloso. Podría decir que me da igual que gane o no, pero no sería cierto. Quiero que gane, y quiero que sufra delante de un micrófono por no saber qué decir delante de mucha gente que empieza a respetarlo. Porque Leo se merece respeto, tanto como los otros nominados a los que conozco, he trabajado con ellos y respeto por igual. Y los respeto porque hacer teatro es un ejercicio de valientes. Hacer teatro es un ejercicio de pobres con una dignidad tan alta que pocos espectadores llegarán jamás a entender. Hacer teatro es como estar enamorado. No sabes explicar por qué lo estás, simplemente lo estás. El día que puedes explicar por qué estás enamorado es cuando empiezas a no estarlo. El día que empiezas a explicar por qué haces teatro es cuando empiezas a no hacerlo.

Sé que a Leo le va a dar una vergüenza infinita leer este texto, pero tengo la respuesta adecuada para esa vergüenza: Te jodes, amigo. El amor, muchas veces, es difícil de digerir.