Mi ruta salvaje llega hasta el centro del misterio, atraviesa el huracán y las tormentas para, finalmente, alcanzar el sosegado corazón de mi alma.
Nathan Hope

sábado, 22 de octubre de 2011

Cadáver 15: La duda


Muchas veces me pregunto hasta qué punto mi presencia en este planeta tiene alguna influencia. Y no hablo de los frutos de mis fotografías o de si el arte puede transformar el mundo (hoy debo tener el ego apaciguado). Estoy hablando de una influencia directa a través de la acción o de la pasión (no confundir con la de Cristo. Según el diccionario pasión es lo contrario a la acción). Hablo de intervenir o quedarse parado. Hablo de tener en mis manos el dar un pequeño giro a la historia. Hablo de otorgar o quitar la vida.
El otro día contemplé la primera cacería en lo que yo denomino “mi pequeño Serengueti”, que no viene a ser otra cosa más que mi terraza y los tres gatos que en ella habitan; Rita, la juguetona, Rufus que prometía ser el más arrabalero y ha terminado por ser el más meditativo y Rimpoché, que prometía ser el más meditativo y se ha transformado en el más macarra (lo que en los documentales de La 2 denominan “el macho alfa de la manada”).

Obsesivamente andaba Rufus dando vueltas al gran helecho que domina el fondo izquierda del Serengueti. En general Rufus es menos activo que los leones de las cortes, pero en esta ocasión estaba inquieto. Yo lo observaba atento desde la ventana mientras me comía una tortita de maíz con aceite de oliva y anchoas (que no aporta nada al relato pero me apetecía contarlo).
En un momento dado, Rufus desapareció entre la maleza. Las hojas del helecho comenzaron a agitarse violentamente. Parecía una escena de esas malas películas de ciencia ficción donde está a punto de aparecer la bestia que devorará a todos los tripulantes de la nave “Jander III”.
Tras unos tensos momentos de espera, donde las anchoas cayeron de la tortita de maíz al suelo, apareció Rufus con paso triunfal y un saltamontes en la boca.
En general los gatos no matan a sus presas instantáneamente, sobre todo los gatos domésticos, que tienen la comida asegurada. Por el contrario las someten a una muerte lenta que para ellos es un juego y para la presa, una tortura.
En ese instante se presentó la duda. Tenía dos opciones; podía arrebatar el saltamontes a Rufus y soltarlo en alguna zona de difícil acceso para los gatos o, por el contrario, podía dejar que los acontecimientos siguieran su curso. Elegí la segunda opción y no me arrepiento.
Cuando Rimpoche, el macarra, advirtió que Rufus había dado caza a un saltamontes, se precipitó sobre su compañero, robándole el bicho de un zarpazo. Rufus, que más que macho alfa no llega ni a macho épsilon, agachó la cabeza y se apartó, rindiendo pleitesía a los kilos de más que engordan a Rimpoché. Mientras tanto, Rita; que está locamente enamorada de Rimpoché (es un secreto a voces), observaba encandilada cómo su héroe machacaba al insecto y de paso la autoestima de Rufus.
Yo me debatía entre el sufrimiento y el disfrute de ver cómo la vida seguía su curso sin que yo, que tenía la potestad de alterarlo, hiciera el más mínimo gesto.
Dejé de mirar y puse en el equipo de música a los Ramones para no escuchar los imaginarios alaridos del insecto. Bailé un rato y cuando estuve suficientemente sudado, me duché y me fui a comprar una dorada para hacerla al horno.
Cuando volví, Rita jugaba con lo que ya era un cadáver y Rufus se preguntaba cuándo le podrá partir la cara a Rimpoche.

1 comentario:

  1. como la vida misma... es un placer oír tu día a día de forma tan gráfica y amena con tus tres fieras de coprotagonistas en el Serengueti particular. Y si, estoy segura que tu presencia tiene, no alguna influencia sino, bastante influencia.... fotografías a aparte.
    un beso.

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