Mi ruta salvaje llega hasta el centro del misterio, atraviesa el huracán y las tormentas para, finalmente, alcanzar el sosegado corazón de mi alma.
Nathan Hope

domingo, 10 de julio de 2011

Cadaver 7 (la caza)



Había sido un buen día. Para celebrarlo cenaba un kebab tamaño familiar sin picante pero con doble de yogurt. Tenía tanto relleno que era imposible comerlo con las manos sin que te goteara en los pantalones. Para completar la noche había alquilado una película para descerebrados.
No recuerdo cuál pero pongamos que era alguna secuela de “La jungla de cristal” donde Bruce Willis dispara a diestro y siniestro para salvar al mundo de una hecatombe nuclear. La cosa prometía.
A mitad cena y cuando el Willis le partía la cara a uno de los malos como quien no quiere la cosa, veo como un ratón entra caminando con parsimonia por el pasillo y se cuela detrás del mueble del televisor.
Para el que no lo sepa, detesto a los roedores. Y digo los roedores porque, además de ratas y ratones, tampoco soy amigo de ardillas, hamsters, musarañas e incluso nutrias que, aunque es un marsupial, tiene dientes de roedor. De las nutrias me gusta su destreza nadando pero no me acercaría a una ni en pintura.

El puto ratón me había estropeado la noche, eso estaba claro.
Tenía dos opciones: Hacía como si no pasara nada, seguía cenando y viendo si la ciudad de Houston volaba por los aires o iba a la caza del bicho.
La primera era la más cómoda pero me resultaba imposible seguir comiendo mientras super-ratón mordía los cables del equipo.

-Vale – pensé – tú eres un ratón y yo un humano. Tienes todas las de perder.

Es el típico pensamiento al que denomino “pensamiento Tarzán”, no por mi constitución física sino porque me recuerda a cuando Johny Weismuller le decía a Chita:

-Tú Chita, yo Tarzán.

Siempre me pareció un poco prepotente. Y es que Tarzán es un personaje por el que no tengo ninguna simpatía. De pequeño sí me gustaba, pero hubo un momento en el que pensé en la historia de ese niño, John Clayton; un blanquito hijo de alta cuna, futuro conde de Greystoke, perdido en la jungla tras la muerte de sus padres, criado por un grupo de monos, convirtiéndose con el paso del tiempo en el rey de la selva, dominador no sólo de los monos que le salvan la vida sino también de los negros y de la chica (Jane), que se cae de culo cuando lo conoce. Vaya; que Tarzán se convirtió en un icono de la supremacía blanca del siglo XIX, en plena colonización del continente africano y eso me jode.

Pero volviendo al tema que nos ocupa; me fui a la terraza a por la escoba para sacar a golpes al invasor. Con un movimiento ágil y preciso separé el mueble de la pared. Allí había una maraña de cables que dificultaba mucho la tarea. Me concentré e intenté divisar alguna zona de pelo.

-Maldito cabrón; eres ratón muerto. Ten en cuenta que acabo de aprender las técnicas de Bruce Willis para pulirse a los malos.

Allí no había nadie. Seguro que había aprovechado mi salida a la terraza para buscar un lugar más seguro.
Me di por vencido, aunque eso no suponía que había terminado la guerra. En toda batalla hay momentos de paz.
Continué viendo la película pero ya no comí más kebab.
Las balas silbaban en la pantalla, Houston seguía en peligro y la supremacía americana estaba en cuestión. La mujer del protagonista había sido secuestrada, su mejor amigo había muerto, todo parecía perdido cuando por el rabillo del ojo izquierdo vi como el ratón, que se había ocultado detrás de la nevera, daba un saltito y se situaba debajo del fregadero de la cocina. Ahora sí que la había cagado. Estaba acorralado y yo tenía el arma definitiva: El auténtico “SUPER ROE-GLUE”!!!!!, una cola inodora en la que el animal iba a quedar pegado.
La utilización del super roe-glue es sencilla; coges un cartón u otro tipo de superficie plana mínimamente consistente, derramas en ella la cola y colocas un reclamo alimenticio en el centro del mejunje. Yo elegí como soporte una baldosa vieja y, a falta del típico queso, unos trozos de nuez. Los situé estratégicamente y puse algunos objetos que obstaculizaban la salida de debajo del fregadero, dejando como única opción tan solo la zona de la baldosa- trampa.
Acabé de ver la película. Para el que le interese, el héroe salva a toda la ciudad, deja en buen lugar a los americanos, rescata a su mujer y no resucita a su amigo porque hubiera sido un exceso (aunque al guionista no le faltaron las ganas).
Me fui a dormir con la seguridad de tener a mi presa en la trampa.
Los resultados ya los habéis visto. Lo siento por aquellos lectores más aprensivos pero una imagen vale más que mil palabras (que son, seguro, las que llevo escritas).
Hasta la próxima cacería.

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