Mi ruta salvaje llega hasta el centro del misterio, atraviesa el huracán y las tormentas para, finalmente, alcanzar el sosegado corazón de mi alma.
Nathan Hope

sábado, 14 de mayo de 2011

Los actos poéticos


Hace unas semanas, aprovechando las fiestas de Pascua, fui con mi amiga Nuria a Tarragona con la intención de visitar una serie de monasterios y también a algún amigo suyo que vive por la zona. La serie fotográfica de los monasterios, titulada “El silencio”, ya la podéis visionar en mi web (www.jordipla.es), aunque más adelante publicaré alguna entrada aquí contando las sensaciones que allí se produjeron.
Pero esta entrada trata sobre la visita al Virgili, una pequeña localidad donde vive un buen amigo de Nuria en medio de la montaña. Allí trabaja en sus creaciones pictóricas, culinarias, filosóficas, cinematográficas y yo diría, vitales. La llegada transcurrió apaciblemente. Tomamos un té japonés y hablamos de los temas intrascendentes de los que hablan las personas que acaban de conocerse. El entorno era agradable y la conversación suave. Al acabar el té nos propuso caminar por los terrenos donde tiene la huerta, los animales, los algarrobos y algunas telas a la intemperie, cuya pintura se va transformando por la acción de la naturaleza. El sol caldeaba sin llegar a quemar. Nos enseñaba sus obras con el orgullo del que ama lo que hace. En un momento determinado llegamos hasta un lugar donde se produjo, para mi, el acto poético del día. Se trataba de un gran algarrobo, bajo el cual había una mesa de piedra. A la mesa le llamaba “la mesa de los sabios” y me recordó un poco a la tabla redonda de los templarios. Allí la conversación empezó a elevarse; la vida, la muerte, la reencarnación, Dios, las moléculas y la física cuántica. Era interesante ver a tres personas hablando sobre estos temas sin la pretensión de sentar cátedra, respetando el ritmo del otro y, sobre todo…escuchando; un bien muy preciado por lo difícil de encontrar.
Sobre la mesa había un recipiente de barro y en su interior un puñado de caparazones de caracoles muertos.
No sé si fui yo el que preguntó o si fue él quien se adelantó. El caso es que esa
pieza,que a mi me parecía de una delicadeza extrema, no se sabía de quién era. Desde hacía unos meses, alguien iba colocando cada cierto tiempo, caracoles muertos en ese lugar. Me conmovió tanto que alguien fuera construyendo aquel pequeño altar, como que el amigo de Nuria disfrutara de su evolución sin querer saber de quién se trataba. Le pedí permiso para fotografiarlo porque me parecía sacrílego hacerlo sin consultarlo.
Sin duda, se estaba gestando una nueva amistad alrededor de aquella mesa.
Después el día transcurrió ligero y amable, con comida y siesta incluidas. Al anochecer volvimos a subir al coche, no sin antes despedirnos con la certeza de un nuevo encuentro.
Probablemente cuando Dios concibió el paraíso pensó en un día así.

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