Te conocí en los bares, de madrugada, cuando todos los gatos eran pardos y tú tenías ojos de leona. Hablabas por los codos, sin mirar nunca de frente. Vestías de negro y todavía conservabas una risa infantil.
Es cierto que también guardabas grandes silencios, pero yo creí entender lo que ellos escondían. Hoy sé que me equivocaba. Arrogancias de joven cazador, supongo.
Todos los camareros nos saludaban y nos fiaban el último trago. Éramos inmortales y nos gustaba el funambulismo químico. Soñábamos desesperanzados un futuro mejor que nunca llegó.
Ahora tu hija tiene la edad que tú tenías entonces y se parece tanto a ti, que tú me pareces una extraña.
Nathan Hope.
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