Mi ruta salvaje llega hasta el centro del misterio, atraviesa el huracán y las tormentas para, finalmente, alcanzar el sosegado corazón de mi alma.
Nathan Hope

domingo, 16 de diciembre de 2012

La muerte



Más allá de que queramos o seamos capaces de verla, la muerte está a nuestro alrededor. Como también el amor. Ya lo decía la canción; “Love is all arround” (el amor está en todas partes) o aquella otra, “Love is in the air” (el amor está en el aire).
Últimamente estoy preparando una pieza teatral y me dirigí, hace un par de días, a un rastro de mi ciudad donde se pueden encontrar muebles de todas las épocas. Digamos que es el paraíso de lo que ahora se denomina “vintage”(que no sé qué coño significa porque nunca he estado a la última, sino más bien siempre me he quedado en la penúltima). Iba buscando un camastro viejo que no encontré.Justo al salir por el gran portón de madera observé una manta tirada en el suelo y ví lo que, en un principio, me pareció un gato durmiendo. Enseguida pensé que hacía demasiado frío como para que un gato estuviera en una posición tan cómoda durmiendo a la intemperie. En el mes de diciembre encontramos pocos gatos callejeros. Al caer la noche se protegen en casas abandonadas o en los huecos de las escombreras. Me acerqué y observé sus ojos abiertos mirando el infinito. No me dio la sensación de que estuviera muerto, incluso me pareció, por un instante, que respiraba (e igual lo hizo por última vez). Su pelo lucía lustroso. No se diría que fuera el pelo de un animal criado en la calle. Sus pupilas todavía reflejaban un brillo de vida aunque la luz era pobre y cenicienta. Alguien debió ofrecerle aquella manta sobre la que pasó sus últimos instantes de vida. Imaginé una anciana con síndrome de Diógenes y una bolsa llena de raspas de sardina. Imaginé la complicidad entre la anciana y el animal y también imaginé la incapacidad de la anciana para aguantar aquella agonía.
Esa noche soñé con un cielo habitado por miles de ancianas y gatos callejeros. Era un cielo barroco ocupado por armarios, sofás, percheros, telarañas, mesas camilla, estufas de butano, calentadores eléctricos, revistas del año 1964, fotografías en blanco y negro con familias posando muy serias, secadores de pelo, sartenes usadas, latas caducadas de potaje de garbanzos, discos de vinilo, cassettes con viejos éxitos de gasolinera, bombillas rotas, pelucas de pelo sintético, jerseys de pico, botas camperas, Barbies descabezadas, cuentos infantiles en colores pastel y el manuscrito original de “La metamorfosis” de Franz Kafka.
No sonaba música celestial sino el tema “On fire  on a tightrope” (que, por otro lado, a mi me suena a música celestial). Todos, los gatos y las ancianas, caminaban a cámara lenta, y rebuscaban entre los desperdicios Dios sabe qué.
Me desperté en el momento en que una de las ancianas, que caminaba descalza, se cortó el pié con una de las bombillas rotas.
Pese a lo que pueda parecer, no fue un sueño desagradable. Tan solo me hizo pensar que igual yo, algún día, caminaré por un cielo parecido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario