Mi ruta salvaje llega hasta el centro del misterio, atraviesa el huracán y las tormentas para, finalmente, alcanzar el sosegado corazón de mi alma.
Nathan Hope

viernes, 11 de mayo de 2012

Un regalo inesperado

Tengo un amigo. Bueno, tengo más de un amigo. Sí; yo diría que tengo más de un amigo. Ahora lo estoy dudando y me resulta especialmente irritante este pensamiento porque no era el tema del que pretendía hablar. Quiero decir; no trataba de cuantificar la cantidad de amigos que tengo porque, además, ya no tengo ni idea de cuan fina es la línea que separa a un amigo de un conocido, y eso os aseguro que es una putada como una catedral. Si algo te dan los años, para bien y para mal, es la duda. Recuerdo el tiempo en que todos los borrachos de un bar eran mis amigos. Ahora siento que ellos entonces pensarían lo mismo de mi y hoy, como yo, si algún día les vengo al recuerdo, tan sólo pensarán que yo era otro borracho de aquel lamentable escenario y esbozarán algo parecido a una sonrisa al recordar alguna de las tonterías que por entonces solíamos hacer. Pero el caso es que tengo un amigo. Definitivamente tengo un amigo, porque si ni siquiera tuviera este amigo no tendría ningún sentido hablar de lo que pretendo hablar. Y de lo que quiero hablar es de que este amigo tiene una característica muy especial. Tiene un don que hoy en día es tan difícil de encontrar como un buen pan en una gran superficie. Tiene el don de la escucha. Es más; tiene el don de la escucha activa, ya que reflexiona acerca de aquello que le estás proponiendo por muy insensato que sea aquello que le estás proponiendo y , acto seguido, te da una respuesta. Ojo; no es ninguna tontería lo que estoy diciendo. Párese unos minutos a pensar el lector en la última conversación con cierto sentido que mantuvo con persona, animal o cosa. ¿Sorprendido? Pero al tema que nos ocupa: Este amigo, un día escucho que me gustaría tener una cámara fotográfica. Era una cámara en concreto; la Olimpus TG-620. Lo dije de pasada, como quien no quiere la cosa. Realmente era un capricho porque tengo otras cámaras, pero esta es de un tamaño perfecto para viajar y además tiene una característica perfecta para aquellos que, como yo, jamás practicarán submarinismo: es sumergible. Vale; es cierto que nunca practicaré submarinismo (y lo sé a ciencia cierta porque ya lo practiqué y no me gustó nada. Me produjo claustrofobia. Mejor dicho; no me produjo claustrofobia sino que la acentuó) pero me apetecía tener una cámara con la que hacer el tonto en la playa o en la piscina. Pues os lo creeréis o no, pero mi amigo, este amigo, el otro día me regaló la Olimpus TG-620. Y no sólo eso; él se compró otra para iniciar entre los dos el reto de enviarnos aquellas imágenes que vamos tomando y ver cómo va evolucionando nuestra mirada. Son de esos juegos que me vuelven loco. El juego, siempre el juego. Decía Pina Bausch que nos salvamos si bailamos. Yo digo que nos salvamos si jugamos. Desde hace cuatro días llevo mi flamante nueva cámara conmigo a todos lados y ahí va mi primera imagen para mi amigo, al que llamaremos X. Seguro que él la entiende perfectamente. No está tomada bajo el agua. Eso ya llegará. X; el balón está en tu tejado.

1 comentario:

  1. Preciosa reflexión.
    Me recuerda lo que es un gran amigo. Me recuerda cómo ser yo mismo un gran amigo.
    Es simpático el nombre de esta calle. En Valencia uno de mis favoritos es el carrer del Miracle. Buena pareja para estos tiempos.
    Un abrazo

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