Mi ruta salvaje llega hasta el centro del misterio, atraviesa el huracán y las tormentas para, finalmente, alcanzar el sosegado corazón de mi alma.
Nathan Hope

viernes, 1 de abril de 2011

El silencio de los monasterios


Subir al autobús y escuchar las conversaciones de tus compañeros de viaje es un deporte de riesgo. Los temas suelen depender de la edad de los tertulianos. Hagamos un repaso cronológico: Los bebés, siempre y cuando no lloren, son los más agradecidos, ya que todavía no han desarrollado ese arma mortífera que es la palabra mal utilizada y suelen dormir o mirar atónitos el futuro que les espera. Si empiezan a llorar o a gritar sólo deseas que crezcan para que digan alguna estupidez pero con menos decibelios.
A partir de los cinco a seis años van acompañados de su madre (el padre está en la oficina tratando de seducir a la secretaria de turno) y no paran de preguntar si un rinoceronte corre más o menos que una jirafa o si el sol está más o menos cerca que la casa de la abuela Amparito. En realidad son cuestiones bastante interesantes pero la madre, cansada de responder, les dice que dejen de preguntar tonterías. No saben que su hijo, frustrado por su desinterés, con el tiempo será un firme candidato a entrar armado hasta los dientes en un Burguer King y emprenderla a tiros con los comensales, o lo que es peor; será un firme candidato a presidente de la Generalitat Valenciana.
Pasan algunos años y las niñas empiezan a hacer planes sobre cómo parecerse a Hanna Montana o a cualquier plastificada estrella mediática. Cantan en grupo y sin rubor sus canciones favoritas. Entre ellas siempre hay una rubita inmaculada y una gorda pecosa. La gorda ni siquiera canta bien y su destino es casarse con el asesino del Burguer King. La rubia pegará un pelotazo con un notario. El resto del coro serán funcionarias de correos o se casarán con un representante de colchones Pikolín (o ambas cosas).
Llegamos al instituto y las chicas ocultan el pecho tras carpetas forradas con fotos de Brad Pitt. Hablan de Diego o de Borja, que son los imbéciles que van a su lado con los pantalones caídos mientras escuchan una música atronadora en su i-pod sin enterarse de que ellas están locas por besarles. Desgraciadamente, la estupidez de estos chicos no es una enfermedad transitoria y les acompañará toda su vida. Lo único que con el tiempo desaparecerá serán los granos pusulentos que pueblan sus rostros.
Estamos en la facultad. Los chicos se han convertido en existencialistas porque han leído a Milan Kundera y se han aferrado a la desesperanza como tabla de salvación. Fuman porros con los amigos en bares “alternativos” y alardean de una vida sexual en realidad mucho más pobre de lo que dicen. Ellas sacan mejores notas porque “ser mujer es muy jodido en esta sociedad machista” y han de esforzarse mucho más para llegar al mismo lugar que ellos. Lo que ignoran, porque todavía se consideran inmortales, es que ese lugar está habitado por gusanos. Además, también sin saberlo, ya están haciendo planes para ser madres, cosa que conseguirán si son capaces de que el existencialista de al lado deje de leer a Milan Kundera y se haga socio del Valencia Club de fútbol. Al fin y al cabo el escritor checo es un coñazo.

Los treintañeros y cuarentones (obsérvese la diferente contundencia de la denominación):
Ellos no van en autobús sino que van en el 4 x 4 o en la BMW. Ir en autobús supondría un desprestigio social. ¿Qué podrían murmurar los compañeros o el jefe si les ven descender del “80 grandes vías”? Es el colectivo que menos usa el transporte público. Alguno se ha enganchado a la coca, otros a los somníferos y los más al abandono. Han engordado y van al gimnasio con la esperanza de recuperar el cuerpo que un día tuvieron. Empiezan a intuir su propia mortalidad. Hace mucho leyeron a un escritor checo pero no recuerdan su nombre.
Ellas acaban de ser madres de gemelos tras muchos intentos y unas cuantas terapias de fertilidad. Les han inyectado hormonas para facilitar el embarazo. También a sus maridos les han inyectado porque los espermatozoides tienen poca movilidad a causa de stress. Ya no se preguntan si un rinoceronte corre más que una jirafa o si el sol está más cerca que la casa de la abuela, entre otras cosas porque la abuela murió hace muchos años y tuvieron que desguazar la herencia entre los hermanos.

Los cincuentones y cincuentonas son los que menos hablan. Yo lo agradezco. Por fin el abismo se les ha presentado y en silencio observan la llegada de la decrepitud. Ellas no se operaron las tetas con los cuarenta y ya no lo van a hacer. Ellos están abonados a la viagra y al You porn. Sus hijos van a una universidad privada y los detestan. Empiezan las preguntas sin respuesta: ¿qué hago aquí?, ¿qué sentido tiene todo esto?, ¿debí ser padre?, ¿debí ser madre?,¿quién es ese o esa que me observa en el espejo?

A partir de los sesenta el tema estrella es la enfermedad;
-¿te has enterado de lo de Pilar?
- No,¿qué le ha pasado?
- Chica, se ha muerto.
- Qué me dices. ¿Pilar?,¿Pilarín?,¿ la de la papelería?...
- La misma. Le descubrieron un mioma en el útero…..
- ¿Un mioma?
- Chica, un bulto.
- Ah!
- Mira, que no parecía nada y ya ves….
- Hija, pues a mi se me cansan mucho la piernas.
- Qué me vas a contar! Eso es la circulación.
- Oye; y ¿cómo está Ramón?
- ¿Qué Ramón?
- ¿Qué Ramón va a ser?....tu marido.
- Ese?....ese no para de fumar y mira que el médico le ha dicho
que lo deje por activa y por pasiva…..

Y así transcurren las conversaciones de autobús. Es por ello que cada vez busco más el silencio de los monasterios. El silencio que nutre, el silencio que salva.

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