Mi ruta salvaje llega hasta el centro del misterio, atraviesa el huracán y las tormentas para, finalmente, alcanzar el sosegado corazón de mi alma.
Nathan Hope

lunes, 31 de enero de 2011

El sìndrome de Stendhal


Cuando uno viaja con un compañero habitual se guardan grandes silencios, se dicen las cosas màs intrascendentes, se cuentan los peores chistes de la historia o se habla de los temas màs elevados. Caminaba el otro día por las calles de Sao Fèlix do Araguaia después de haber hablado con mi amigo Jordi Sebastiá sobre el “síndrome de Stendhal”.
Stendhal, al parecer, era un tipo bastante sensible que tuvo un exceso de belleza al contemplar la iglesia de la Santa Cruz en Florencia, lo que le produjo unas sensaciones que describiò de las siguiente manera:

"Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme".

En fin; que como los similares tendemos a reconocernos, puedo afirmar que Stendhal tenìa algo de moñas, pero mira por donde, con sus mareos se invento un síndrome que sale en las enciclopedias..
Me comentaba mi amigo Jordi que a lo largo de su vida habìa sufrido alguno de esos síndromes, no muchos pero intensos. Cinematográficamente, una película le habìa dejado, como a Stendhal, un poco mareado de tanta belleza. La peli en cuestión era “Cielo sobre Berlìn” de Win Wenders. Lo entiendo. Después de ver esa película sòlamente pude encerrarme en casa a mirar el techo de mi habitación mientras pensaba en la infinidad del universo y de la mente humana.
Pero mis síndromes de Stendhal son màs habituales que los de mi amigo y, a medida que pasa el tiempo, son màs numerosos. No requiero de un gran impulso artìstico para alcanzar cotas de belleza que me trastornen. Casi todos los dìas veo algo admirable. Es posible que le sensación no llegue al grado de síndrome pero puedo asegurar que todo ello me conmueve.

Decìa que caminaba por las polvorientas calles de Sao Fèlix (nada parecidas a las de Florencia), cuando vi a lo lejos, cerca de la orilla del rìo , un globo azul que era llevado por el viento. Me quedè contemplàndolo con una sonrisa. Siempre me han gustado los azares que traen hasta mi cosas de apariencia intrascendente y de belleza simple. El viento arremolinaba el globo, lo elevaba e inmediatamente volvìa a descenderlo bruscamente pero sin llegar nunca a tocar suelo. Fue en uno de esos giros de bajada cuando el aire lo impulsò hacia mi con una velocidad que me sorprendiò. Aun asì me dio tiempo a coger la càmara, (que estaba conectada y colgaba sobre mi pecho) y sin tan siquiera mirar a la pantalla disparè. El globo casi me habìa alcanzado el rostro. Tras el disparo, como si jugara conmigo, pasò rozándome la cabeza y siguió su camino hasta perderse. Yo sonreì y pensè que no hace falta viajar a Florencia para tener síndromes que salgan en las enciclopedias.

domingo, 23 de enero de 2011

Se puede hacer un cine justo?


São Félix do Araguaia; día 23 de Enero.
Hoy he despertado a las 6 porque a las 7 en punto debíamos estar grabando en un mercado local donde la gente vende sus productos. Normalmente son frutas, harina de mandioca, gallinas o, como máxima sofisticación, algunos pequeños pasteles elaborados artesanalmente. Allí hemos conocido a una mujer de 72 años que recorre todos los domingos 120 kilómetros sobre el techo de un camión que va repleto de personas y productos. No hemos preguntado cuánto tiempo tardó en llegar desde Gleba de Don Pedro, su pueblo de origen, hasta São Félix pero seguro que algo más que de Valencia a Benidorm, cuya distancia es similar. Las carreteras aquí se inundan en época de lluvias y muchas veces el camión tiene que dar la vuelta porque algún puente ha sido desbordado por el torrente de agua que lo atravesaba. Los productos se quedan sin vender y el bolsillo sin llenar. La mayoría de lugares que visito en mi trabajo no son fáciles de habitar.
Hace un tiempo fundé junto a unos amigos una organización llamada "cine justo". Me gustaba porque recordaba a "comercio justo" y no sólo hacía referencia a hacer justicia (cosa excesivamente pretenciosa),sino hacer cine con los medios justos. El equipo de trabajo lo formamos básicamente dos personas.Realizamos un logotipo (gracias Elisa) y nos inscribimos como sociedad cultural sin ánimo de lucro. Todo parecía bien; nos damos palmaditas en la espalda y sonreímos complacidos por ser tan creativos y tan solidarios. Pero a medida que viajo y mis ojos ven mujeres como la de esta mañana, mientras en España me esperan con un vino Ribera del Duero reserva del 96,mi mente duda sobre lo que es la justicia y sobre la utilidad de mi trabajo.
Y finalmente llego a la conclusión de que no se puede hacer un cine justo, que el nombre es más hortera que las hombreras de los años 80, que comercio y justo son dos términos tan incompatibles como el aceite y el agua y que, en el fondo, tengo ganas de llegar a casa y cascarme ese Ribera del Duero, si puede ser con una paella de marisco.
La vida no es justa ni injusta. La vida es lo que es. La justicia es un término humano incomprensible para el resto de seres vivos. Es injusto que una gacela Thompson sea devorada por un guepardo o es más injusto que el guepardo muera de hambre por no cazar a la gacela? Es injusto que un oso hormiguero se zampe de golpe miles de hormigas, que un hipopótamo mate a otro para aparearse con una bonita hipopotamita, que un adolescente le "robe" la novia a otro(o viceversa)?
Según Alan Watts la vida es un holocausto constante y un rascacielos es tan natural como un panal de abejas. A muchos les parecerá una provocación, pero yo estoy de acuerdo.
Son las 9 de la mañana. El sol arrasa São Félix.

sábado, 22 de enero de 2011

Brasil: día desconocido


No sé qué día es hoy. Hay un momento en el viaje en el que pierdes el reloj y la agenda mental,sobre todo si es por lugares donde todo se mide con otros parámetros; la hora, la temperatura, el ritmo de los pasos, las palabras, los códigos de amabilidad social, el arte de la seducción, la edad. Escribo desde el único ordenador público de São Félix do Araguaia, aunque esto también tiene sus matices; existen tres ordenadoras públicos en este pueblo perdido en medio de la selva quemada del estado de Mato Grosso,de los cuales dos están permanentemente ocupados por los hijos del dueño del local. João, que tendrá unos 11 años, y el pequeño,cuyo nombre desconozco,se pasan el día entero matando fantasmas que recorren unas mazmorras mientras mascullan algunas expresiones en portugués. El poder de seducción de la tecnología es inconmensurable. Mientras los otros chavales del pueblo corren, saltan, y se bañan en el río Araguaia sin temer a los cocodrilos y las pirañas, João y su hermano queman la vista y las neuronas frente a una pantalla con el beneplácito de su padre, antiguo alcalde de la localidad que, tras perder las elecciones en favor de un tal Filemón, retomó su antiguo negocio del hotel Karajas, el pequeño agujero de techos de chapa donde me alojo.
Estamos rodando un documental que se podría haber terminado en cinco días,pero debido al ritmo lento de los habitantes de aquí, una gestión precaria desde España y las enormes distancias del lugar, la cosa nos va a costar veinte días. Por un lado se agradece ya que puedes disfrutar de la vida local bebiendo zumos de maracuyá o cerveza de la zona mientras ves pasar el tiempo sin pedir nada a cambio. Por otro, uno no se puede desprender del ritmo europeo, donde cada acción tiene un precio y un supuesto beneficio, así como así.
Hoy toca jornada de descanso. Sábado y Domingo aquí no trabaja ni Perry, aunque dos tipos hayan cruzado el charco para contar los problemas de su gente. Es este momento en el que me siento frente al ordenador libre del "hotel" karajas mientreas João y su hermano de nombre desconocido matan fantasmas que hablan portugués y recorren mazmorras infectas. A mi derecha el río Araguaia, el que da nombre a la localidad, discurre parsimonioso buscando unirse a miles de kilómetros con el Amazonas para desembocar los dos juntos en el Océano Atlántico.
Esta población tiene apenas 45 años y tiene un cierto parecido con el oeste americano de las películas pero con el punto latino. Como siempre, los perdedores fueron los indios que habitaban aquí hacía miles de años. Existen tres razas en la zona; los Karajas(que dan nombre a mi hotel)son los más sociables y los que antes se adaptaron a la colonización salvaje del hombre blanco(poseiros y facendeiros). Son comerciantes y te venden todo tipo de artesanía de su pueblo. Por otro lado están los más desconocidos porque viven en medio de la selva y nunca aparecen, aunque existen; son los Tapirapé. Y por último están los guerreros, altos y fuertes, de mirada arrogante y altiva, cuyo corte de pelo asusta; son los Chavante. Los Chavante están oficialmente en guerra con el invasor hombre blanco. Es una guerra de baja intensidad, pero guerra al fin y al cabo.
Podría contaros muchas más cosas pero sé,por comentarios de la gente, que los artículos demasiado largos nadie los lee, por tanto aquí pongo punto final a estas sensaciones que vuelco en la pantalla mientras se forma una nube que promete descargar el diluvio universal en unos segundos. Aquí es época de lluvias y la naturaleza manda.
Hasta pronto. En diez días estoy en casa si las tormentas permiten despegar a la avioneta que me llevará hasta Brasilia, desde donde volaré a Lisboa y de allí a Valencia. Chau amigos y amigas, conocidos y desconocidos.

martes, 11 de enero de 2011

Otra sobre el paso del tiempo



Escribo esto desde Brasilia, una de las ciudades más feas (aunque única en su especie) que ha ideado el ser humano. Duermo en un hotel de lujo; el Metropólitan Flat. Novena planta. Vistas a gran parte de la ciudad. Las torres donde se aloja el gobierno se divisan a lo lejos con una enorme bandera brasileira. Mañana subiré a una avioneta que durante unas 5 horas me trasladará al estado de Mattogrosso(la gran selva en portugués), selva preamazónica, concretamente al pueblo de Sao Félix do Araguaia. Mañana es mi cumpleaños. Cuarenta y siete. No se me ocurre una mejor forma de vivir el acontecimiento, al que por otro lado nunca he dado mayor importancia, que sobrevolando la selva. Difícilmente se volverá a repetir.
PAUSA.
Llaman a la puerta de mi habitación. Ahora vuelvo.
Increíble; era de parte del hotel. Por lo visto se han fijado en mi pasaporte y dándose cuenta que mañana cumplo años me han regalado una botella de champagne ,una agenda y una tableta de chocolate. Por orden prefiero; el chocolate, el champagne y la agenda (que es un poco fea). Evidentemente es una técnica comercial, pero qué queréis que os diga; me ha gustado. Además el chocolate está buenísimo. Mientras escribo lo voy probando.
Pero la cuestión es que quería hablar, con motivo de mi cumpleaños, del paso del tiempo. Ya sé que es un tema recurrente (el tiempo, la muerte….) pero no lo puedo evitar.
Hace unos años fui al IVAM (Instituto Valenciano de Arte Moderno) sin idea de ver algo en concreto. No sabía qué se exponía en aquel momento. Me encontré con un conjunto de video-instalaciones de diversos artistas. Muchas piezas eran insignificantes en su sentido más estricto; carecían de significado (o al menos yo no lo supe ver). Pero una propuesta me llamó poderosamente la atención. Era de un artista japonés. Si querías entrar en su juego tenías que teclear en un ordenador tu fecha de nacimiento y una fecha imaginaria para tu propia muerte. Yo elegí vivir unos 98 años (por lo que pudiera pasar después de introducir los datos). Tras teclear estas fechas te sentabas en un taburete y el ordenador, a través de una webcam, te sacaba una fotografía y un contador con dígitos que ocupaban toda la pantalla atravesando tu propia imagen congelada, empezaban la cuenta atrás en décimas de segundo, segundos, minutos, y horas. Se había activado el contador del tiempo que me quedaba de vida. Cuando salías de la sala por una puerta pequeña te encontrabas con un muro en el que, en letras enormes, rezaba algo como: “Recuerda: el tiempo no cesa. Tu vida se acaba. Tienes dos opciones; abandonarte o hacerlo lo mejor posible”. No eran estas palabras exactamente pero la idea era esa. La imagen que veis la saqué del folleto de publicidad. Años después todavía lo conservo. Me pareció impactante. Simplemente quería compartirlo.
Boa noite desde Brasil.