Mi ruta salvaje llega hasta el centro del misterio, atraviesa el huracán y las tormentas para, finalmente, alcanzar el sosegado corazón de mi alma.
Nathan Hope

viernes, 16 de marzo de 2012

Fumador


Se acercaba una tormenta de arena. Mi compañero entrevistaba a una mujer hermosa como una gacela, refugiándose del viento bajo un portón. A nuestro alrededor se extendía un horizonte quemado por el sol. Aquel fumador nos observaba de lejos con la incredulidad del que no considera su tierra digna de interés. Yo llevaba mi picadura de Chester en el bolsillo de la cazadora. Me acerqué y le ofrecí un pellizco de tabaco. Con un gesto me ofreció un sitio a su lado. Me senté, lié un cigarrillo y él llenó su pipa. Fumamos juntos como dos viejos amigos, en silencio, ignorando los pensamientos del otro, mientras la cortina de arena, todavía lejana, iba nublando un cielo eléctrico.
Es posible que algún día aquel hombre de piel tostada y gruesa piense en mi, como yo ahora pienso en él. No sé su nombre, ni me importa. Nuestra amistad fue tan breve que no dio tiempo a ningún malentendido.

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