Hay ciertas mentiras históricas como la siguiente: “Grecia es la cuna de la civilización”. Con esta mentira, o al menos media verdad, hemos crecido y siguen creciendo generaciones enteras de estudiantes. Puede que en Grecia naciera nuestra civilización, pero nadie hoy en día puede negar que antes de de la civilización griega existieran otras de igual o mayor relevancia. Pongamos un ejemplo clásico; la civilización china. Pero parece ser que la prepotencia y el “ombliguismo” europeo tiende a ningunear todo aquello que sucede fuera de unas fronteras que son, cuanto menos, difusas (o que alguien me explique porqué participa Israel en el festival de eurovisión).
Hoy hay elecciones generales
en el país heleno y a todo el “viejo continente” le tiemblan sus carnes
flácidas porque, al parecer, si triunfa la izquierda en el país donde nació la
cultura que finalmente nos ha traído hasta esta agónica sociedad, Europa
desaparecerá. Es paradójico que el lugar donde se instauraron las bases
culturales de todo un continente pueda ser la llave que cierre la puerta de
esta supuesta “casa común” (que para mi ni es casa ni es común). El entramado
me parece tan complejo que no seré yo el que se ponga a desmenuzar los motivos
que nos han llevado hasta esta cloaca donde siguen gobernando una minoría de
ciudadanos oropeleros, mientras el resto hace malabarismos de economía
doméstica para llegar a fin de mes. Me resulta repugnante cómo los medios de
comunicación ejercen una presión constante sobre la población para asustarla
ante la posible llegada al gobierno de la izquierda. Supongamos que sea cierto
que la izquierda griega desee salirse del euro (axioma por demostrar),
supongamos también que ello suponga un cataclismo mayor que el que ya padece la
población griega; ¿acaso en democracia no existe el derecho a la equivocación?,
¿es justo y democrático el voto del miedo?
Dicen que si sale Grecia del euro, detrás irán
Portugal, Irlanda y España. ¿A quién, si no a los adoradores de este vellocino
dorado que es el capitalismo, le puede importar que esto suceda?, ¿a quién, si
no a los tahúres bursátiles o a los trileros bancarios?
Cuando estudiaba en la
facultad nos explicaron las diferencias existentes entre dos destacados
filósofos presocráticos, Parménides y Heráclito. El primero defendía la
inmutabilidad de la vida, mientras el segundo era defensor del cambio constante
(“nunca nos bañamos en el mismo río”). Yo siempre milité en las filas de los
heraclitianos y sigo haciéndolo. Todo cambia constante y necesariamente, por
mucho que unos pocos agoreros digan que el cambio nos lleva a la perdición.
Cambiemos y alegrémonos del cambio porque, aun sin alegría, el cambio se
producirá.
Hoy mi corazón está con el
pueblo griego. Que sean y sobre todo se sientan libres a la hora de votar,
que rechacen el miedo y defiendan la vida, su vida, la que ellos quieran vivir
y si se equivocan, bienvenida sea la equivocación. La equivocación es tan patrimonio de la humanidad como el
Partenón.
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