He tardado un buen rato en
percibir la cualidad dorada que alumbraba el día de hoy. Los fotógrafos nos
jactamos de tener vista de lince para distinguir los matices de nuestro
elemento natural, la luz. Empiezo a perder capacidades o he de visitar al oculista.
Como hace un tiempo decidí
quitarme de mi adicción a las noticias para que la prima de riesgo no acabara
conmigo, no me he enterado del gran incendio que asola las montañas cercanas a
mi ciudad. Parece que cuando llega el verano nos acostumbramos a estas
catástrofes como algo natural, pero a mi me sigue doliendo el alma cada vez que
suceden. La magnitud de las llamas y el humo son de tal calibre que han tintado
el cielo de un tono pardo que incluso se cuela en nuestros hogares dotando a
estos de un color apocalíptico. Como colofón y recordatorio macabro, la ceniza
de los árboles quemados llueve sobre nuestras cabezas y siembra nuestras
terrazas de briznas estériles.
Menudo desastre :-(
ResponderEliminarYo me quedé alucinado al levantarme y ver la luz que entraba por el ventanal del comedor.
Es desolador, Dani. Aunque hay que reconocer que la luz tenía una calidad muy especial. Un abrazo.
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