El humano es el único ser vivo capaz de adelantar la catástrofe. El
humano es el único ser vivo que siente miedo por lo que pueda suceder
aunque lo que pueda suceder tan solo tenga una remota posibilidad de
suceder.
La gacela Thompson en el Serenguetti activa su reflejo de
miedo cuando ve al guepardo a una distancia que suponga una amenaza
real. La gacela Thompson en el Serenguetti puede ver a cualquier
depredador, pero sólo activará su reflejo de miedo si la distancia
supone un peligro para su integridad física. Mientras tanto se dedica a
pastar o a copular con alegría y desenfado.
El ser humano siente
miedo casi a diario. A veces son pequeños miedos y otras son miedos
paralizantes. Lo veo en los demás, lo siento en mi.
Durante años tuve una profesión, fui un profesional bien considerado.
Como todo soñador elegí una profesión que nunca me haría millonario,
aunque me daría, y me dio, muchas satisfacciones. Pero llegó el tsunami
de la crisis, el tsunami de las nuevas tecnologías, el tsunami de
internet y mi profesión, como la de muchos otros, colapsó.
Durante
meses, durante años, vi como mi cuenta corriente, antes alegre y con una
salud aceptable, iba deteriorándose lenta pero inexorablemente.
Cuando el colapso ya era una evidencia, es decir; cuando el guepardo ya
estaba a una distancia que amenazaba mi integridad física, una vecina y
amiga me dijo: “¿Por qué no empiezas a alquilar una habitación?”, y me
habló de una plataforma llamada Airbnb. Yo no había escuchado ese nombre
jamás, pero cuando uno está al borde del precipicio se informa de lo
que haga falta.
Nunca me hubiera imaginado a mi mismo compartiendo
espacio con otras personas. Nunca viví en un piso de estudiantes, ni fui
a un colegio mayor, ni hice la mili, y mi experiencia a la hora de
compartir espacio físico se reducía a vivir unos años en pareja. Pocos.
Pero qué más daba, la situación no invitaba a reflexionar sino más bien a
actuar.
Abrí una cuenta en Airbnb con el escepticismo melancólico
del que se sabe perdido y la desconfianza del que no cree que aquello
pudiera servir para algo.
El primer día que puse el anuncio me
escribieron dos hermanas mejicanas que me pedían una habitación para esa
misma noche. Entré en pánico. No tenía ni sábanas limpias y ni tan
siquiera había pensado en una cama alternativa para mi.
Puse una
lavada, quité el polvo, barrí, fregué, pasé lejía por el baño y por
encima de todo me preparé para sonreír aunque fuera con sonrisa de
hiena. Me apetecía recibir a esas dos hermanas mejicanas lo mismo que
pasar por un tacto rectal. ¿Qué digo? Me apetecía más un tacto rectal.
Pero llegaron las hermanas mejicanas. Cuando entraron por la puerta me
sentí como el actor que sale al escenario sin saberse el texto.
Esa
noche la pasé en el sofá. Las hermanas mejicanas durmieron en mi cama.
Yo no pegué ojo. Sentí una mezcla de agradecimiento por los veinte euros
que me habían pagado y de agresión por el territorio ocupado.
De
eso hace un año y ocho meses. Desde ese día empezaron a llegar personas
de todo el mundo. Llegaban de países que yo había visitado y de países
que tuve que mirar su ubicación en el globo terráqueo. Comprobé, para mi
desgracia, que todo el inglés que un día supe se había oxidado y tuve
que engrasarlo a fondo porque la gente me hacía preguntas, tenían
inquietud por conversar, desayunaba con ellos, comía con ellos, veía la
televisión con ellos. Durante ocho meses conocí gente encantadora, pero
también aguanté a borrachos que encontraba tirados en el sofá cuando
llegaba a casa.
Aunque descubrí que mis habilidades sociales eran
mucho más amplias de lo que hubiera sospechado, preparé una habitación
para mi como un conejo prepara su madriguera e intentaba pasar muchos
ratos en ella porque a uno no siempre le apetece conversar.
A los
ocho meses decidí que no quería pasar el resto de mis días desayunando
en calzoncillos con desconocidos y pensé que si alquilar una habitación
me estaba dando dinero para sobrevivir, tal vez, y sólo tal vez, si
alquilaba el apartamento entero podría ganar algo más para hacer cosas
sencillas como tomarme unas pequeñas vacaciones en algún pueblo cercano.
Hacía cinco años que apenas salía de Valencia por falta de dinero.
Me puse a buscar como un poseso pisos baratos en alquiler. Encontré
zulos por unos 350 euros. Pisos feos, tristes, sin luz, con una
decoración que hubiera hecho las delicias del más rancio cine español de
los años setenta. Aun así estaba dispuesto a pasar por ello. Adaptación
o muerte.
¿Pero quién quiere alquilar un piso a alguien sin nómina y
que además tampoco cotiza a la Seguridad Social (que no es segura ni es
social)? Nadie.
La situación era desesperada. Me veía abocado a una convivencia indeseada con desconocidos el resto de mi vida.
Fue un día que llegué a mi apartamento y encontré a dos polacos
borrachos pegando un polvo en el sofá del salón de mi casa cuando tomé
la decisión de largarme de allí.
¿Nadie me alquila? Ok, pues me compro un piso.
Me fui al banco y les dije que tenía idea de montar un apartamento
turístico en mi casa y que para ello necesitaba otro apartamento donde
vivir. Les conté que nadie me quería alquilar y que por eso me había
decidido a comprar.
Creo que fue mi cara de cordero degollado lo que les convenció.
Me dijeron que mandarían un tasador y que me podían conceder un
préstamo a doce años por la mitad del valor de tasación de mi casa.
- ¿A doce años solamente?- pregunté con una ingenuidad patética.
- Jordi, tienes cincuenta y dos años- fue la respuesta.
Uno empieza a comprobar que se hace viejo no cuando se le cae el pelo y
el culo sino cuando el tope de financiación de un préstamo son sólo
doce años.
Acepté. Mi casa la tasaron en 80.000 euros, con lo que el
préstamo máximo era de 40.000 euros. Ello suponía que, si sumábamos
notaría, inmobiliaria, impuestos, alguna pequeña reforma e imprevistos,
tenía que encontrar una casa de 30.000 euros máximo.
La encontré. Sí, un quinto sin ascensor, pero la encontré. Pequeña, sí, pero la encontré.
Hubo que pintar, por supuesto, y hacer algunos arreglos para vivir con
dignidad. Tras muchas horas de cálculos económicos y muchos desvelos
parece que todo cuadraba.
Ahora vivo aquí, en este pequeño quinto
sin ascensor. Nuevos extraños ocupan a diario la casa donde viví casi
veinte años. Ya perdí la cuenta de las personas que por allí han pasado.
No me duele. Casi lo prefiero. No concibo las cosas de larga duración, y
veinte años son muchos. A veces echo de menos mis libros, mis discos y
mis películas en DVD. No los tengo conmigo porque mi nueva casa es tan
pequeña que no caben. Me alegra que los viajeros puedan disfrutar de
todo ello. Me consta que lo hacen. Y me consta porque ya me han robado
varios discos, una colcha de la cama, han roto el grifo de la ducha una
vez, la cisterna de váter varias veces, los mandos de la cocina otra vez
y pequeños detalles que he olvidado gracias a mi prodigiosa desmemoria.
Gracias a ellos he vuelto a “vivir”. Mi cuenta corriente ya no amenaza
con el precipicio e incluso me puedo tomar, cuando los turistas me lo
permiten, unas pequeñas vacaciones.
Ahora limpio váteres, cambio
sábanas e intento quitar lamparones de semen de las mismas, he
descubierto el quitagrasa, el cristasol y el ambientador ambipur (que es
una mierda, pero es ambi y es pur).
Y después de este bonito
relato decidme, queridos “amigos” de Facebook, queridos telediarios,
queridos políticos, que todo el que se dedica a alquilar la casa donde
vivió es un especulador. Decidme, como he leído en muchos sitios, que el
turismo es un producto de la especulación del capitalismo, decidme, por
favor, si es lícito garabaterar en las paredes “Tourists go home”,
decidme si es lícito lanzar botellas a un autobús de turistas, decidme
si es necesario manifestarse contra el turismo en una ciudad como
Valencia, que nada tiene que ver todavía con Barcelona, decidme si es
necesario que yo, como un ejército de desheredados que se vieron
obligados a salir de su casa, sintamos miedo por si nos cierran este
pequeño grifo que hemos abierto para poder respirar. Decidme, por favor,
si es necesario que me sienta como una gacela en el Serenguetti y a
vosotros os sienta como el guepardo que me acecha.
domingo, 13 de agosto de 2017
sábado, 20 de mayo de 2017
Amistad
Ayer vino a cenar a casa un amigo de esos a los que les caben tres
galaxias en la cabeza, con lo que la buena conversación está
garantizada. Hablamos de la vida y la muerte, de la enfermedad, la
paternidad, la felicidad, la plenitud y la decrepitud, la familia, la
educación, el arte, las expectativas, la amistad, el compromiso, el
sabor de las especias y la conveniencia de combinar dulce y salado en un
guiso. Pero sobe todo estuvimos de acuerdo en el placer que supone
estrenar zapatos nuevos. Y curiosamente los dos nos habíamos comprado
unos sospechosamente parecidos.
Love you, brother.
Love you, brother.
martes, 14 de marzo de 2017
Leo
Leo nació en Argentina pero lleva tanto tiempo en España que sus amigos, cuando hablan con él por teléfono, le dicen que tiene acento español. Sin embargo los españoles, cuando lo escuchamos, ubicamos rápidamente su procedencia.
Leo
sigue preparando asado con cuero los domingos en familia, bebe mate a
diario, adora el tango y le sigue costando pronunciar la palabra
ascensor. Así pues, Leo nada entre dos mares diferentes, o más bien
entre dos costas de un mismo océano.
Leo
es actor, un actor magnífico, generoso y trabajador hasta unos
límites envidiables. Yo jamás tendré su capacidad de trabajo.
Lo
conocí al poco de llegar a España, cuando se inscribió en una
pequeña escuela para la que yo hacía la cartelería, y nada más
verlo en el escenario supe que llegaría lejos, aunque ¿qué es
llegar lejos? Eso
lo dejaremos para otro debate.
Leo
es tímido y reservado en la vida “real” pero despliega un
desparpajo sobre el escenario que sorprende al que lo conoce fuera de
él. Es versátil, disciplinado, ordenado y autoexigente hasta
límites, a veces, exasperantes. Pero
por encima de todo Leo es mi amigo, mi hermano pequeño, y tiene un
talento que ahora, tras muchos años, empieza a vislumbrar (eso sí,
dentro de los límites que le permite su humildad).
Hemos
desarrollado muchos proyectos juntos. Algunos han cuajado, otros no.
No importa. Lo mejor es que nos sigue gustando sentarnos a divagar
sobre posibles ideas, sobre posibles textos, sobre posibles
personajes.
Ayer
Leo fue nominado como mejor actor por la Asociación de Actores de
Valencia y yo me siento feliz y orgulloso. Podría decir que me da
igual que gane o no, pero no sería cierto. Quiero que gane, y quiero
que sufra delante de un micrófono por no saber qué decir delante de
mucha gente que empieza a respetarlo. Porque Leo se merece respeto,
tanto como los otros nominados a los que conozco, he trabajado con
ellos y respeto por igual. Y los respeto porque hacer teatro es un
ejercicio de valientes.
Hacer teatro es un ejercicio de pobres con una dignidad tan alta que
pocos espectadores llegarán
jamás a
entender. Hacer teatro es como estar enamorado. No sabes explicar por
qué lo estás, simplemente lo estás. El día que puedes explicar
por qué estás enamorado es cuando empiezas a no estarlo. El día
que empiezas a explicar por qué haces teatro es cuando empiezas a no
hacerlo.
Sé
que a Leo le va a dar una vergüenza infinita leer este texto, pero
tengo la respuesta adecuada para esa vergüenza: Te jodes, amigo. El
amor, muchas veces, es difícil de digerir.
lunes, 13 de febrero de 2017
Los tiempos que corren
No soy muy
fan de los años 80´s, creo que perdimos mucho tiempo con las drogas
y el sexo fácil. Tal vez por inconsciencia o porque salíamos de una
dictadura gris y opaca, nos entregamos a la vorágine de vivir rápido
con una voracidad caníbal que acabó con la vida de bastantes
personas, algunas de ellas muy amigas.
Sin
embargo creo que aquella década tenía una cosa buena: el
desparpajo.
Todavía
no habían llegado estos tiempos actuales en los que hay que medir
cada cosa que dices para que no se te encierre en el cuarto oscuro de
los incorrectos.
En los
años 80´s Robert Mapplethorpe realizaba unas fotografías que hoy
estarían censuradas en Facebook. De hecho ningún museo ni galería
de arte realiza ya ninguna muestra de Robert Mapplethorpe (¿tal
vez demasiado explícitos aquellos sexos negros para estos tiempos de
lo implícito blanco?).
Estoy
cansado.
Estoy muy
cansado.
Muy
cansado de los “ismos”; del ecologismo, del feminismo, del
marxismo, del fascismo y del paracaidismo.
No es que
esté cansado de los “ismos”, estoy cansado de las consecuencias
de los “ismos” y del mutismo (otro "ismo") acobardado que imponen.
Estoy
cansado de la doble moral, de la triple moral y del tirabuzón con carpado invertido del pensamiento contemporáneo. Es aburrido
hasta la extenuación.
Iba a
seguir escribiendo pero no se me ocurre nada más.
Aquí lo
dejo.
Estoy
cansado.
Tan solo
estoy cansado.
lunes, 23 de enero de 2017
Los escritores malditos
Ayer
releía las memorias de uno de los escritores que, junto a Rimbaud,
Boris Vian o Charles Bukowski, formarían, para mi, el cuarteto de
“escritores incendiarios” de la historia de la literatura
universal. También podríamos incluir a Oscar Wilde y algunos otros.
Se trata
de William Dixon Henry, un tipo que escribió un solo libro, “El
ángel boca abajo” y las susodichas memorias.
Releyendo
el libro fui a parar a un capítulo en el que Dixon relata una famosa
entrevista que le hicieron en la cadena NBC a finales de los 80´s.
El periodista, de cual no recuerdo su nombre, le presentó como “el
escritor después del cual cambiaría el concepto de novela
contemporánea”.
Dixon, de
buenas a primeras, se encargó de recordar al periodista que ya en
los años 60´s habían presentado de la misma manera a Truman Capote
cuando publicó su novela “A
sangre fría”. Por lo visto el periodista no se
tomó demasiado bien la puntualización. La entrevista transcurrió
de una manera tensa y Dixon contestó a una sola pregunta de manera
magistral.
Fue algo más o menos así:
-Periodista:
Parece que usted al escribir “El ángel boca abajo” pretendió
dinamitar todas las verdades establecidas que han hecho de
nuestro país la mayor potencia mundial de
todos los tiempos.
-Dixon:
¿La mayor potencia mundial?
-Periodista:
Así lo creo.
- Dixon:
¿Así lo cree?
-
Periodista: Usted pone en cuestión la economía, la fe, el
matrimonio...
- Dixon:
¿De verdad quiere que le conteste a esa pregunta?
-
Periodista: Estaría encantado.
- Dixon:
Si contesto a esa pregunta se nos va a ir todo el tiempo de la
entrevista y yo he venido a hablar de mis memorias.
-
Periodista: Tranquilo, tenemos tiempo.
- Dixon:
Está bien. Dice usted que pongo en cuestión la economía, la fe y
el matrimonio.
Yo vengo
de una familia de profunda fe católica. Los católicos somos una
anomalía en el sistema norteamericano ya que Norteamérica
fue colonizada fundamentalmente
por anglicanos y luteranos. Es cierto que también vinieron hordas
de irlandeses católicos, pero estos provenían de las clases
sociales más bajas y acabaron ocupando los puestos de trabajo más
sucios y precarios de este país,
con lo cual no forjaron la ideología básica
ni regido el pensamiento fundamental de
esta "gran nación".
¿Sabe
usted cuál es la gran diferencia entre el catolicismo y el
luteranismo, más allá de la sobriedad o el barroquismo de cada una
de sus iglesias?
El
sacramento de la confesión.
Los
católicos tienen una ventaja sobre los luteranos: la confesión.
Los
luteranos se
entienden directamente con Dios, sin intermediarios. Eso debe dar
mucho miedo porque Dios suele guardar silencio, ¿sabe? Es un
conversador poco comunicativo.
En el
catolicismo, el sacerdote que escucha los pecados
de una oveja descarriada
tiene dos obligaciones: La primera, absolverlo tras imponerle una
penitencia que suele consistir en algún rezo mecánico. Y la
segunda, guardar el secreto de confesión. Así pues, el sacerdote
que escucha los pecados ajenos, ya sea una pataleta o un asesinato
en primer grado, no puede delatar al pecador aunque se lo pregunte
la Corte Suprema, ni aunque lo cuelguen de los tobillos y lo
sumerjan en agua hirviendo. De lo contrario iría al infierno.
Pues
bien; mi padre era un ferviente católico que de
lunes a sábado lo pasaba borracho y sin ir al
trabajo, pero el domingo confesaba todo aquello y
quedaba perdonado con apenas un par de padrenuestros.
Mi madre
era peor. No sólo era una ferviente católica
sino que, además, era temerosa de Dios. Mi padre no temía a nada y
dormía como un tronco, pero mi madre temía a Dios y no pegaba ojo.
Eso la convirtió en una histérica adicta a los barbitúricos que
se pasaba el día gritando por cualquier cosa que se saliera de su
concepto de la rectitud. Por supuesto, que mi padre llegara borracho
se salía de su concepto de la rectitud, y ahí empezaban las
batallas campales donde el que más recibía era mi padre ya que era
incapaz de matar una mosca. Era un borracho, sí, pero de una bondad
beatífica. Hubiera sido incapaz de pegar a mi
madre. En cambio mi madre lo molía a palos. Una vez pensaba que le
había arrancado el ojo derecho. Tuve que curarle las heridas de la
cara con mucho cuidado para
que el agua oxigenada no le cayera en el globo ocular.
Al
principio me metía entre los dos para evitar males mayores, pero al
tercer codazo que recibí en la mandíbula decidí que aquello ya no
iba conmigo. Desde aquel día, el del tercer codazo en la mandíbula,
empecé a robarle el coche a mi padre todas las noches. Esperaba a
que él se durmiera y a que ella le hicieran efecto los barbitúricos
para entrar en el dormitorio y agarrar con cuidado las
llaves del coche, que siempre las dejaba en la mesilla. Yo tenía 18
años, me acababa de sacar el permiso de conducir. Al principio
conducía hasta el puerto de Baltimore y me dedicaba a beber cerveza
hasta que amanecía. Aquello, al poco de llegar con el coche, un
Thunderbird del 67, se llenaba
de ratas enormes. Veía cómo peleaban entre ellas por conseguir un
trozo de tocino o cualquier otra cosa que algún marinero había
dejado caer. Era un espectáculo que me recordaba a la propia vida.
Más tarde empecé a llevar yo mis propios
trozos de tocino para lanzarlos en medio de aquella fauna. Decenas
de ratas peleándose por aquellos trozos de tocino. Era increíble.
Cuando me
aburrí del puerto empecé a frecuentar los
clubes nocturnos más depravados que pueda imaginar. Descubrí
sustancias como el opio y también descubrí el sexo orgiástico.
Hasta ese momento mi experiencia sexual había
consistido en cuatro besos furtivos en los jardines que estaban a la
salida del instituto. Jamás hubiera imaginado todo lo que un
cuerpo humano da de si en lo que al sexo se refiere.
Siempre
antes del amanecer volvía a casa y colocaba las llaves en la misma
posición en la que las había encontrado.
Vivíamos
en una casa enorme que estaba muy por encima de las posibilidades
económicas de mis padres, pero dado el carácter caprichoso de mi
madre y la avaricia de los bancos, habían conseguido que les
concedieran una hipoteca que apenas podían pagar. A
fin de mes la comida solía consistir en una pasta de boniato que mi
madre preparaba en una cazuela grande y que la hacía durar mínimo
una semana. Eso sí, la casa era preciosa, en el barrio alto, cerca
del downtown.
A
los diez y nueve años me fui de casa. No tenía
ni un dólar. Me instalé en casa de unos amigos, y digo amigos por
decir algo porque eran dos crápulas que había conocido en uno de
esos clubes nocturnos. Eran hermanos y traficaban con heroína. Sus
clientes no eran tirados del puerto, no. Era gente que venía justo
del barrio de mis padres. Ejecutivos encorbatados con trajes de mil
dólares. Ninguna tontería. La heroína de estos tipos era la mejor
de Baltimore porque sólo la cortaban con un
veinticinco por cien de cal. Otros llegaban a cortarla con el
cincuenta o sesenta por cien. La gente de dinero sabe bien lo que
hace, no compra cualquier
cosa.
Yo pasaba
de meterme en el negocio. No soy tan valiente. Empecé a trabajar en
un seven eleven, de repartidor de diarios, de reponedor en unos
grandes almacenes, de infinidad de cosas. Todos
aquellos trabajos estaban pagados con sueldos miserables. Cuando
salía del trabajo comencé a escribir “El
ángel boca abajo”. Me llevó tres años acabarla y otros tres que
una editorial la quisiera publicar. Escribir es
un trabajo lento y publicar un libro no es fácil. Pero tras el
éxito de “El ángel boca abajo”, este "gran país", esta "gran
nación", me ha hecho millonario. El libro se sigue vendiendo y yo he
sido incapaz de volver a escribir otro hasta que me descubrieron el
virus del VIH.
Cuando
sientes el aliento de la muerte surge la necesidad de hablarlo todo,
de contarlo todo, de fumarlo todo, de beberlo todo, de follarlo
todo. Por eso escribí mis memorias. Porque soy millonario y porque voy a
morir.
Doy
gracias a Dios por los valores que esta "gran nación" me ha inculcado,
doy gracias por el dinero que me ha concedido y
doy gracias porque todo ese dinero no me va a salvar la vida. Si el
dinero consiguiera salvarme la vida yo sería un tipo todavía más
insoportable de lo que ya soy.
¿He
respondido a su pregunta?
Me
encantan los autores malditos.
William
Dixon Henry murió el 30 de agosto de 1999. Tenía 49 años.
Vivió,
como dice la letra de esta canción, “ardiendo en la cuerda floja”.
lunes, 9 de enero de 2017
Los caminos bifurcados
La vida es digital, funciona por ceros y unos. Constantemente estamos eligiendo. Lo digo o no lo digo, voy a nadar o me quedo en casa, veo una película o empiezo un libro, escribo este artículo o me dedico a ver como el sol provoca sombras en el salón. Suelen ser decisiones simples, de esas que, aparentemente, no cambian el rumbo de nuestra vida.
Pero un
día cualquiera sucede algo inesperado. Una
palabra, una mueca extraña en boca ajena, un olor, una sensación de
libertad cristalina. Ese día el universo, tu universo, colapsa y se
convierte en multiverso, abriéndose ante ti mil caminos posibles. La
pregunta es: ¿realmente hay mil caminos o es mi cabeza la que los
imagina? ¿No serán solo dos caminos bifurcados hasta el infinito
por mis neuronas? Y ahí, amigo, surge la duda caleidoscópica que no
te deja respirar.
Decía
Rusty Cole (uno de los protagonistas de “True Detective”): “la
conciencia es una anomalía de la naturaleza que nos aleja de ella”.
Ser conscientes de nuestra existencia y finitud nos sitúa en la
disyuntiva de tener que decidir, no sólo en las cosas sencillas sino
también en las cosas aparentemente complicadas.
Las cebras
en el Serengueti deciden por instinto. Si tienen hambre pastan, y si
ven un león a una distancia que entrañe peligro, corren. Nosotros
pastamos en exceso y vemos leones donde no los hay. Los caminos
bifurcados hasta el infinito están plagados de leones imaginarios.
De leones imaginarios, de ilusiones perdidas, de fraudes consentidos,
de explosiones emotivas, de autosobornos, autoexigencias y
automutilaciones.
Le
pido ahora, aquí y ahora, a mi consciencia, que focalice esos
caminos bifurcados y vuelva a ver con nitidez los dos únicos caminos
posibles: amar o no amar. Y ninguno, por mucho que digan los
apologistas de la nueva era, es mejor que el otro. Sólo elige desde tu
instinto de cebra en el Serengueti. Seguro que acertarás.
viernes, 6 de enero de 2017
Elegir un padre
Yo tuve el
mejor padre posible. Es cierto, no era perfecto. Eran sus debilidades
lo que lo hacían más humano de lo que era (y lo era mucho).
Educado, atento, con un sentido del humor elegante y de una bondad
que rozaba lo beatífico. Siempre estaba ahí, a su manera, si lo
necesitabas.
Sin duda,
era el mejor padre posible.
Pero si
hago un ejercicio de imaginación (algo a lo que soy muy dado), si me
dieran a elegir otro padre posible, hubiera elegido a Leonard Cohen.
No soy un
tipo ingenuo, aunque a medida que me hago mayor mi
candidez va en aumento.
Estoy convencido de que tras la poesía de Cohen se escondía un
hombre depresivo, huraño y por momentos tirano. Me da igual. Por
Cohen siento algo que nunca
sentí por mi padre: admiración.
Descubrí
a Cohen cuando tenía más de cuarenta años (yo,
no él). No es que no lo hubiera oído antes (y
digo oído, no escuchado). “Suzanne” era un tema recurrente entre
los hermanos mayores de mis amigos y siempre me pareció blando y
carente de substancia. Si tenemos en cuenta que
por aquel entonces yo escuchaba a los Clash, los Stones o a los
Heartbreakers no es de extrañar que “Suzanne” me pareciera
blando. Pero a los cuarenta años vi un documental sobre la vida de
Cohen. “I´m your man” es el título del documental, igual que
una de sus canciones más conocidas. Ese
documental me cambió la perspectiva que tenía hasta aquel momento
sobre la música, y por encima de todo, sobre las letras de Cohen.
El
documental está basado en una amplia entrevista con el cantante
combinada con distintos intérpretes versionando sus temas de manera
exquisita. En sus palabras entendí el dolor y la belleza que le
acompañaron durante toda su vida. Y lo más excitante es que me
sentí reconocido en muchos de los sentimientos emocionales,
espirituales y vitales de los que hablaba.
La
religión y la espiritualidad son señas de identidad en casi todas
las canciones de Leonard Cohen, temas que a mi me han acompañado
desde que de muy joven decidí matar a Dios para, años después,
tener que resucitarlo. No se debe cometer un crimen sin entender por
qué lo estás cometiendo. No es justo.
Cohen
murió hace un mes y pienso en él, como en mi padre, todos los días.
Aparece en mis sueños, como mi padre, todas las noches. Me acompaña
con su voz cavernosa, como la de mi padre, a todas horas. Y creo que
debido su poesía entiendo un poco mejor este mundo al que, gracias a
Dios, nunca llegaré a entender del todo. Siempre hay grietas en
nuestro conocimiento, pero es precisamente por ellas,
como dice el maestro, por donde entra la luz.
domingo, 1 de enero de 2017
Una extraña entrada al año 2017
Esta noche, la madrugada
del treinta y uno de diciembre al uno de enero de 2017, no he podido
dormir. No he dormido ni un minuto. Podría echarle la culpa al
catarro y a la probable fiebre, pero no pienso que se deba a ello.
Tenía mil cosas en la
cabeza, me rondaban mil pensamientos, y no he dormido. Me he
levantado de la cama varias veces, he fumado, he leído, he visto
películas aburridas hasta la extenuación...y no he podido conciliar
el sueño.
Ya amanecido, desde la
cama, he conectado la radio.
Adoro escuchar la radio
tumbado en la cama. Sobre todo las noticias, para ver si se acaba el
mundo o algo similar. Pero el mundo no se ha acabado. Sí han acabado
unas cuantas vidas en una discoteca de Estambul porque un tipo
vestido de Papá Noel ha entrado con una ametralladora y se ha
llevado a 39 personas por delante. Algunos han salvado el pellejo
porque se han lanzado al Bósforo, ya que su instinto de
supervivencia les decía que era mejor sufrir aquellas aguas heladas
que una bala en el occipital. Es lo que tiene el instinto de
supervivencia: pasas de bailar un tema de Rafaela Carrá a nadar en
el Bósforo en cuestión de segundos.
Tras las noticias ha
comenzado algo que detesto desde que era niño: el concierto de
primero de año en Viena. Detesto a toda esa gente ataviada con
frac y pedrería escuchando esos valses decadentes.
Yo escucho Radio Nacional,
no por su rigor informativo o su calidad, sino porque no emite
publicidad. Radio Nacional tiene varias cadenas; yo suelo escuchar
Radio 1 o Radio 5, todo noticias (así se hacen llamar: Radio 5, todo
noticias).
En Radio 1 emitían el
dichoso concierto de valses decadentes, así que he decidido cambiar
a Radio 5, donde, oh sorpresa, también estaban emitiendo el mismo
concierto.
Me he preguntado qué
sentido tienen dos cadenas nacionales que emiten exactamente la misma
programación al mismo tiempo, pero ese pensamiento me ha durado
poco. No me ha parecido útil hacerme esa pregunta tras una noche de
insomnio.
Sin embargo sí me ha
parecido útil hacer girar el dial para ver si encontraba algo más
interesante. Y señoras y señores: lo he encontrado. He ido a parar
a la cadena COPE.
Ahora es cuando todos mis
amigos se escandalizarán y se tirarán de los pelos preguntándose:
“¿Pero cómo has podido caer en semejante aberración patrocinada
por la iglesia católica? ¿Cómo te has detenido en ese pozo
aberrante?
Y os voy a contestar.
Mientras en Radio Nacional
de España emitían el decrépito concierto de primero de año, en la
COPE estaban haciendo un programa sobre la cantidad de muertos que ha
habido en las costas de la isla de Lesbos estos últimos años.
Apasionante.
La periodista que lo
presentaba era ciertamente un poco...¿cómo podría
decirlo?...¿cursi? Sí, cursi sería una palabra adecuada. Pero el
documento no tenía desperdicio. Justo en el instante que el azar me
ha llevado hasta la COPE atravesando las ondas hertzianas estaban
hablado de una pareja de ex hippies ingleses que llevaban en la isla
unos veinte años trabajando la artesanía y que habían abandonado
todo para ayudar a las miles de personas que llegan a diario hasta la
isla.
Erik y Philippa Kempson:
esos son sus nombres
Los Kempson han construido
una infraestructura de la que deberían aprender todos los gobiernos
de nuestro mimado y mojigato “primer mundo”.
Erik graba vídeos a
diario explicando la situación casi a tiempo real. Podéis ver sus vídeos en You Tube.
Mientras escuchaba este
maravilloso documento pensaba que girando la rueda del dial estaba
sucediendo un concierto en Viena con hombres de frac y mujeres de
pedrería. Es decir, mientras una periodista entrevistaba en Lesbos a
personas que atendían a náufragos, al mismo tiempo, en un espacio
no tan lejano, la alta burguesía vienesa escuchaba valses. Ah sido
en ese instante, con ese pensamiento, cuando casi me estalla el
cerebro. Menos mal que he parado a tiempo.
Pero lo peor estaba aun
por llegar, y ruego al lector aprensivo que deje de leer ahora mismo
si no quiere sufrir un colapso.
La periodista ha empezado
a preguntar por casos particulares. A mi, en el periodismo, me gustan
los casos particulares porque si hablamos en general de una
situación, si no ponemos nombres y apellidos, rostros y cicatrices,
todo se disuelve en un “los refugiados”, o en unas “mujeres
maltratadas”, o en un “bulling”...etc.
La estadística siempre mata la
verdad.
La máxima expresión de
dolor e impotencia la he sentido cuando han relatado la historia de
un chico de unos veinticinco años que había huido de Siria en una
barcaza y había alcanzado Lesbos tras una travesía de días. Este
chico está siendo tratado en un hospital de la isla y todavía se
despierta cada noche, gritando y meándose encima porque en su cabeza
se ha grabado a fuego algo que jamás podrá olvidar: en Siria, en la
guerra, le habían arrancado los dientes y las muelas una a una. No
voy a entrar en detalles.
He desconectado la radio.
Ya era suficiente.
Me he levantado. He
desayunado mandarinas, higos secos y un té caliente. He dado gracias
por poder masticar y por muchas más cosas.
No sabía qué hacer para
quitarme de la cabeza a aquel chico.
He puesto la tele
pidiendo, por favor, algo intrascendente.
Y se obró el milagro.
No
he encontrado algo intrascendente.
Todo lo contrario.
Justo en ese
preciso instante empezaban a emitir en TCM “La Gran Belleza” de
Paolo Sorrentino, y he comprendido, una vez más, la magia del ser
humano.
Yo no sé si Dios existe. Pero que alguien, desde algún lugar, tal vez no tan lejano, juega
conmigo, de eso no tengo ninguna duda.
Bienvenido 2017.
sábado, 31 de diciembre de 2016
El miedo
Yo no tengo miedo a la muerte.
Tengo miedo al aburrimiento.
Tengo miedo a no ver, escuchar o sentir un rayo de belleza en cada uno de mis días.
Tengo miedo a los apologetas de la claudicación.
Tengo miedo a los animales domésticos.
Y no hablo de tu perro, de tu gato o de tu hamster.
Hablo de ti.
Te hablo a ti, oveja del rebaño.
Cuántas veces he deseado estar en tu corral.
Y cuántas veces he coceado al que ha pretendido echarme el lazo.
Prefiero el disparo de un cazador furtivo que la descarga eléctrica del matarife.
Prefiero el ardid del trampero que la desidia del carnicero.
Prefiero aullar en solitario que cantar vuestro canto cacofónico.
Así pues, aquí sigo, bailando desnudo en el desierto.
Aquí sigo, robando tiempo al tiempo.
Aquí sigo, robando tiempo.
Aquí sigo, robando.
Aqui sigo.
Aquí.
Tengo miedo al aburrimiento.
Tengo miedo a no ver, escuchar o sentir un rayo de belleza en cada uno de mis días.
Tengo miedo a los apologetas de la claudicación.
Tengo miedo a los animales domésticos.
Y no hablo de tu perro, de tu gato o de tu hamster.
Hablo de ti.
Te hablo a ti, oveja del rebaño.
Cuántas veces he deseado estar en tu corral.
Y cuántas veces he coceado al que ha pretendido echarme el lazo.
Prefiero el disparo de un cazador furtivo que la descarga eléctrica del matarife.
Prefiero el ardid del trampero que la desidia del carnicero.
Prefiero aullar en solitario que cantar vuestro canto cacofónico.
Así pues, aquí sigo, bailando desnudo en el desierto.
Aquí sigo, robando tiempo al tiempo.
Aquí sigo, robando tiempo.
Aquí sigo, robando.
Aqui sigo.
Aquí.
2017
A todos mis amigos artistas, a esos que vivís en el alambre, en el
desasoiego, con el agua al cuello. A todos mis francotiradores, a mis
balas perdidas, a mis soldados rasos en primera linea de fuego, os deseo
que sigáis aspirando fuerte el nalpalm que huele a victoria en este
apocalipsis.
Sed bienvenidos al club de los imposibles. No soltéis nunca el cuchillo que lleváis entre los dientes. Mirad de frente a la vida y sonreídle. Decidle que sí, que un día os doblará la espalda y caeréis rendidos con humildad ante su poder, pero que mientras tanto afrontaréis con orgullo y honor la guerra que os ha tocado vivir. Feliz 2017.
Sed bienvenidos al club de los imposibles. No soltéis nunca el cuchillo que lleváis entre los dientes. Mirad de frente a la vida y sonreídle. Decidle que sí, que un día os doblará la espalda y caeréis rendidos con humildad ante su poder, pero que mientras tanto afrontaréis con orgullo y honor la guerra que os ha tocado vivir. Feliz 2017.
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