Leo nació en Argentina pero lleva tanto tiempo en España que sus amigos, cuando hablan con él por teléfono, le dicen que tiene acento español. Sin embargo los españoles, cuando lo escuchamos, ubicamos rápidamente su procedencia.
Leo
sigue preparando asado con cuero los domingos en familia, bebe mate a
diario, adora el tango y le sigue costando pronunciar la palabra
ascensor. Así pues, Leo nada entre dos mares diferentes, o más bien
entre dos costas de un mismo océano.
Leo
es actor, un actor magnífico, generoso y trabajador hasta unos
límites envidiables. Yo jamás tendré su capacidad de trabajo.
Lo
conocí al poco de llegar a España, cuando se inscribió en una
pequeña escuela para la que yo hacía la cartelería, y nada más
verlo en el escenario supe que llegaría lejos, aunque ¿qué es
llegar lejos? Eso
lo dejaremos para otro debate.
Leo
es tímido y reservado en la vida “real” pero despliega un
desparpajo sobre el escenario que sorprende al que lo conoce fuera de
él. Es versátil, disciplinado, ordenado y autoexigente hasta
límites, a veces, exasperantes. Pero
por encima de todo Leo es mi amigo, mi hermano pequeño, y tiene un
talento que ahora, tras muchos años, empieza a vislumbrar (eso sí,
dentro de los límites que le permite su humildad).
Hemos
desarrollado muchos proyectos juntos. Algunos han cuajado, otros no.
No importa. Lo mejor es que nos sigue gustando sentarnos a divagar
sobre posibles ideas, sobre posibles textos, sobre posibles
personajes.
Ayer
Leo fue nominado como mejor actor por la Asociación de Actores de
Valencia y yo me siento feliz y orgulloso. Podría decir que me da
igual que gane o no, pero no sería cierto. Quiero que gane, y quiero
que sufra delante de un micrófono por no saber qué decir delante de
mucha gente que empieza a respetarlo. Porque Leo se merece respeto,
tanto como los otros nominados a los que conozco, he trabajado con
ellos y respeto por igual. Y los respeto porque hacer teatro es un
ejercicio de valientes.
Hacer teatro es un ejercicio de pobres con una dignidad tan alta que
pocos espectadores llegarán
jamás a
entender. Hacer teatro es como estar enamorado. No sabes explicar por
qué lo estás, simplemente lo estás. El día que puedes explicar
por qué estás enamorado es cuando empiezas a no estarlo. El día
que empiezas a explicar por qué haces teatro es cuando empiezas a no
hacerlo.
Sé
que a Leo le va a dar una vergüenza infinita leer este texto, pero
tengo la respuesta adecuada para esa vergüenza: Te jodes, amigo. El
amor, muchas veces, es difícil de digerir.